Camaradas del asfalto y la naturaleza, dejadme contaros la historia de cómo este humilde servidor se topó con un oso en plena Asturias! Aquí va mi crónica de una aventura en Somiedo, tierra de montañas, bosques y el elusivo oso pardo cantábrico.

Imaginaos el escenario: Asturias, esa región en el norte de España donde las montañas besan al mar Cantábrico y los verdes valles te roban el aliento. Ahí, en medio de esa explosión de naturaleza, se encuentra el Parque Natural de Somiedo, un santuario de vida salvaje donde los bosques guardan secretos milenarios.

Mi misión era clara: capturar la esencia de esta tierra en mis fotografías, con el oso como protagonista indiscutible. ¿Por qué el oso? Porque este parque alberga una de las poblaciones más importantes de osos pardos en toda Europa, y conseguir una foto de uno de estos majestuosos animales en libertad era el santo grial de cualquier fotógrafo de fauna.

Así que, armado con mi cámara y una buena dosis de entusiasmo, me adentré en los senderos serpenteantes de Somiedo, dispuesto a desafiar a la suerte y a la paciencia en mi búsqueda del oso asturiano.

Los días pasaron explorando cada rincón de este paraíso natural, maravillado por la diversidad de su flora y fauna. Desde los imponentes picos de las montañas hasta los frondosos bosques de hayas y robles, cada paso era una oportunidad para descubrir algo nuevo y emocionante.

Pero el avistamiento de un oso seguía siendo esquivo, como una estrella de cine que se esconde de los paparazzi. Sin embargo, no perdí la esperanza. Sabía que en la fotografía de fauna, la paciencia y la perseverancia son tan importantes como la técnica y el equipo.

Y entonces, un día, mientras me encontraba al acecho en lo alto de una colina, como un francotirador de la naturaleza, lo vi: un oso pardo, cruzando un claro entre los árboles. Mi corazón comenzó a latir con fuerza y ​​mis manos temblaban de emoción mientras ajustaba la configuración de mi cámara, preparándome para capturar el momento que tanto anhelaba.

El oso avanzaba con una elegancia indescriptible, como si estuviera consciente de la admiración que despertaba en aquellos que tenían el privilegio de verlo. Disparé una ráfaga de fotos, cada una más emocionante que la anterior, tratando de capturar cada detalle de aquel encuentro mágico entre el hombre y la bestia.

Después de unos minutos que parecieron una eternidad, el oso desapareció entre la maleza, dejándome con el corazón aún acelerado y una sonrisa de oreja a oreja. Había logrado capturar el instante que tanto anhelaba, una imagen que trascendería el tiempo y el espacio, llevando consigo la magia de aquel encuentro en las montañas de Asturias.

Pero mi aventura en Somiedo no había terminado. Seguí explorando el parque, maravillado por la belleza de sus paisajes y la abundancia de su vida salvaje. Desde los rebecos que jugueteaban en las laderas escarpadas hasta los lobos que aullaban en la noche, cada encuentro era una lección de humildad y respeto hacia la naturaleza.

Al regresar a casa, revisé una y otra vez las fotografías, reviviendo aquel momento una y otra vez. Y aunque mi viaje a Somiedo había llegado a su fin, la huella de aquel oso en libertad perduraría para siempre en mi memoria y en las imágenes que había capturado, recordándome la belleza y la grandeza de la naturaleza que había tenido el privilegio de presenciar.

Asturias, con su paisaje salvaje y su rica biodiversidad, había dejado una marca imborrable en mi corazón y en mi trabajo como fotógrafo de fauna. Y aunque el oso pardo cantábrico pueda ser el rey de estas tierras, todos aquellos que hemos tenido la suerte de presenciar su grandeza somos testigos privilegiados de su reinado en este paraíso natural.

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